La gestión del drenaje en las ciudades es un problema milenario. Una evolución de más de dos mil años ha configurado no sólo la estructura de las redes actuales de drenaje y saneamiento, sino una manera de hacer en la gestión de las infraestructuras de alcantarillado. Sin embargo, la explosión urbanística del último tercio del siglo XX sacó a la luz nuevos retos a los cuales el drenaje urbano iba a tener que enfrentarse. Más allá de los evidentes incrementos en la producción de escorrentía derivados del crecimiento urbano y de la paulatina impermeabilización de la ciudad, se puso de manifiesto el gran impacto de la contaminación difusa en las escorrentías urbanas y, por tanto, en el medio receptor.
En ese contexto, surge en la década de 1970 en la esfera anglosajona otra manera de hacer bajo el paraguas de la infraestructura verde, con nombres como Best Management Practices (BMP), Low Impact Development (LID), Water Sensitive Urban Design (WSUD) o Sustainable Drainage Systems (SuDS). Si bien son soluciones de drenaje basadas en el sentido común y en técnicas ya utilizadas por nuestros antepasados (aljibes, cubiertas vegetadas, pavimentos permeables…), los SuDS se ven hoy como una tecnología nueva, y como tal, debe aceptarse para implantarse y utilizarse con la misma normalidad con la que se usa un colector. Estamos ante un proceso de transición desde un enfoque convencional del drenaje urbano hacia una nueva perspectiva que integra todas las caras de un problema multifacético y del que, en última instancia, el ciudadano debe ser el beneficiado. No se trata, ni mucho menos, de denostar los sistemas convencionales de drenaje; se trata de mejorar la gestión de un problema complejo desde un punto de vista holístico, aprovechando y potenciando los beneficios añadidos que los SuDS aportan: gestión integrada pero descentralizada más eficaz, mejora en la eficiencia energética del ciclo urbano del agua, oportunidades de regeneración urbana ligadas a la infraestructura verde y oportunidades para crear ciudades más agradables y habitables y para promover y mantener los ecosistemas urbanos. Con poco incremento de esfuerzo, no solo podemos resolver el problema convencional, sino ir más allá catalizando, intensificando y acelerando las transformaciones hacia un urbanismo más sostenible y resiliente.
Estamos ante un proceso de transición desde un enfoque convencional del drenaje urbano hacia una nueva perspectiva que integra todas las caras de un problema multifacético
Estando claros los beneficios que el cambio de paradigma puede suponer, el proceso de transición debe superar barreras para garantizar que la innovación incipiente se asiente y pase a ser la forma habitual de hacer. Las barreras tecnológicas son relativamente fáciles de romper. Basta con demostrar que los SuDS alcanzan los objetivos técnicos que persiguen: controlan la formación de escorrentía, laminan caudales pico, mejoran la calidad de las escorrentías… Allí donde nacieron (Estados Unidos, norte de Europa, Australia, Nueva Zelanda), las evidencias se consiguieron hace décadas. En países como España, donde los SuDS aterrizaron hace apenas una década y donde, sin pruebas, se cuestionó mucho su éxito por motivos climatológicos, hoy podemos asegurar que la barrera tecnológica está cayendo gracias a las evidencias que están aportando las diversas experiencias piloto de construcción y monitorización hidráulica, ambiental y energética.
Pero el cambio de paradigma se enfrenta ahora a obstáculos más resistentes: las barreras institucionales. El diseño del drenaje urbano es un proceso regulado. Así, el cambio de paradigma no será completo en tanto que el marco legislativo y normativo no integre (o exija, en ciertos casos) a los SuDS como elemento normal en la solución al problema. Por fortuna cada vez son más los ejemplos en España en esa dirección, tanto a nivel estatal (RD 1290/2012, RD 1/2016) como autonómico o local (normativa municipal de Madrid, Barcelona o Valencia). Vamos en la buena dirección, pero no cabe duda de que el esfuerzo de todos los actores implicados será el que acabará decidiendo si el cambio de paradigma ha llegado para quedarse.